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MARIA JOSE ARDANAZ ESTUDIO DE ARTE

El sótano embrujado

           Hoy es mi cumpleaños y la tía Enriqueta me ha regalado un sobre en el que pone “Felicidades, cariño, cómprate lo que más te guste” y en su interior dos billetes, nuevos, crujientes, que me abren las puertas a lo que tanto he deseado.

            Desde niña el escaparate de la librería de la esquina me tiene fascinada.  Cada día me quedo pegada al cristal admirando esas torres de libros dispuestos en escalera de caracol, esos tomos antiguos colocados en atriles y abiertos por las imágenes más sugerentes que me hacen soñar con mundos desconocidos, hasta que mamá tira de mi mano, cansada de esperar, rumbo a la plaza del mercado.  

            Hoy, por fin, voy a lograr mi sueño, ya he cumplido 13 años y me han dado permiso para salir a comprar mi regalo.

            ¡Qué emoción! Corro hasta la librería, me paro en el escaparate y por primera vez en mi vida pongo mi mano en el pomo de la puerta, abro, entro y un tintineo procedente de la campanilla colocada en el dintel me da la bienvenida.

           

            El olor del papel, de la tinta y de la cera que abrillanta las altas estanterías repletas de libros, me embriaga y me transporta hacia un mundo mágico.

            La cajera me mira con simpatía -Buenas tardes, niña, la sección infantil está al fondo a la izquierda-.  Ella no sabe que yo no sólo quiero comprar un cuento, yo lo que quiero es recorrer todos y cada uno de los recovecos del lugar, acariciar los libros brillantes y sobre todo esos lomos de los libros antiguos encuadernados en piel repujada que producen un cosquilleo tan agradable en mis dedos.

            Los clientes pasean por los pasillos, cogen un libro, lo ojean, lo vuelven a colocar en su sitio hasta que encuentran el deseado.

            De repente una sensación inquietante me saca de mi extasis, miro a mi alrededor y alli, al fondo de la librería un hombre vestido con un abrigo negro y un sombrero del mismo color de ancha ala que ensombrece su cara me está mirando.

            Continúo mi camino hasta llegar a la sección de historia y después ciencia y luego literatura y el hombre, sin disimulo alguno, me sigue. Mi inquietud se convierte en temor y recuerdo las recomendaciones de mamá respecto a los desconocidos.

            Acelero el paso, me refugio en la sección infantil y con alivio veo que la negra figura ha desaparecido.  Ya más tranquila me recreo leyendo los títulos de los cuentos clasicos: Alicia en el pais de las maravillas, Pinocho, Hansel y Gretel… y otros desconocidos. ¡Madre mía! Cuantas historias por descubrir.

            Un grueso tomo, encuadernado en piel negra cuyo título grabado en letras doradas, llama mi atención “El sótano embrujado”. Lo saco de de la balda y de mi boca se escapa un grito ahogado por el miedo al ver al otro lado de estantería que unos ojos sanguinolentos de los que emana un brillo malvado se clavan en los míos. Retrocedo aterrorizada hasta chocar contra la pared situada a mi espalda que incomprensiblemente cede y me engulle.

            Quiero salir y empujo y doy patadas y puñetazos pero la pared no cede. No se nota ni un solo resquicio que delate una puerta.

            Lentamente me giro y me encuentro en lo alto de una profunda escalera de caracol.  El panorama que se abre ante mis ojos bajo la luz mortecina de unas bombillas es terrorífico: polvo, telarañas, montañas de libros sucios y deshojados se apilan desordenadamente.  El olor a humedad y papel viejo se mezcla con otro nauseabundo absolutamente desconocido para mí.

            Despacio y  bastante mareada desciendo la escalera y recorro los laberínticos huecos entre las pilas de libros buscando una salida hasta llegar a una pared resbaladiza y negruzca en la que a media altura se encuentra un ventanuco.

            -Una escalera, tengo que construir una escalera- pienso mientras enloquecida voy apilando grandes tomos: Frankenstein, Drácula, El retrato de Dorian Gray… y varios títulos más que me ponen los pelos de punta. Intento trepar pero los libros resbalan y van cayendo. Cuando consigo llegar a la ventana veo con amargura que está bordeada por cristales punzantes que impiden la salida.  No obstante lo intento una y otra vez y mi carne se va desgarrando a jirones mas curiosamente no siento ningún dolor.

            En lo alto de la escalera de caracol la negra figura sonríe perversamente mientras que unos susurros se escapan de algún lugar del sótano -No te marches, ven a leer con nosotros- sus voces infantiles hacen que recobre la esperanza.

            -Aquí hay más niños, ellos conocerán la salida- y guiada por los sonidos llego a una puerta que inmediatamente empujo.  En una gran sala con pupitres alineados y lamparas que iluminan los libros. Los niños, vestidos con unas largas túnicas y tocados con unos ridículos sombreritos,  leen absortos.  Una de las niñas, alertada por el sonido de la puerta, se levanta y viene hacia mí. Con horror veo que lo que cubre su uniforme es su propio esqueleto y si más pierdo el sentido.

            Un frío roce en la frente me despierta, me levanto y camino hacia la puerta convertida en un espejo.  Allí estoy yo con la túnica y el gorrito sobre mi propia calavera.

            Una voz cavernosa, vestida de negro, bajo el ala del sombrero, desde el fondo de la sala me dice          -ven niña, este es tu sitio-

María José Ardanaz

28 de octubre de 2019

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