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MARIA JOSE ARDANAZ ESTUDIO DE ARTE

Lazos de crema

      Poco después de morir mi abuela decidí poner en orden su casa, deshacerme de lo ya inservible y sosegar mi corazón.

      Al abrir la puerta ese olor dulce y tan querido me recibió y por un segundo creí que ella aún seguía allí.

Mi abuela Roser era una mujer pulcra, tranquila y amante de su familia.  Su pelo blanco perlado con un leve toque nacarado se recogía en un moño italiano que le confería elegancia y una dulzura que contrastaba vivamente con el halo de infinita tristeza que flotaba en sus ojos.

      Entré en su habitación, abrí el armario y contemplé sus pertenencias: vestidos alineados en sus perchas, zapatos pulidos y bolsos impecables parecían esperar a su dueña.

      El espejo del tocador reflejó mi imagen y pude comprobar lo que todos me decían “eres igualita a tu abuela”, en secreto esa frase me llenaba de orgullo.

      Abrí el primer cajón y allí, entre pañuelos, mantillas, guantes y recuerdos de tiempos felices descansaba una caja blanca abrazada por un lazo rojo que llamó mi atención.  Dispuesta a satisfacer mi curiosidad me senté en la mecedora y la abrí.

      Unas cartas de tinte añejo, perfectamente ordenadas por fecha me invitaron a sumergirme en su lectura.  Eran de mi abuelo Miguel, ese abuelo casi fantasmagórico al que nunca conocí y del que nadie hablaba quien destacado al frente en plena guerra entre escaramuza y espera  trataba de mitigar su soledad volcando sus ansias y temores  en el lazo epistolar con su amada.

      Cómo echaba de menos a su mujer y a su hijo quien con el tiempo se convertiría en mi padre.  Cuanta nostalgia, cuanto miedo, cuanta esperanza en el rencuentro se plasmaba en ellas.

      Al finalizar la última, fechada el 17 de agosto de 1938, haciendo un guiño a su vida en común mi abuelo recordaba con deseo el dulce sabor de la crema que su mujer le cocinaba. Esa misma sensación invadió mi boca y una lágrima rodó por mi mejilla.

      Horas más tarde mi padre, en respuesta a mis numerosas preguntas, me contó que mi abuelo nunca regresó del frente, se le dio por desaparecido y aún no saben si murió o sigue vivo en algún remoto lugar. 

La abuela Roser se sumió en una tristeza silenciosa mas nunca perdió la esperanza y todos los días presidió su mesa un plato de crema catalana recién cocinada esperando a su esposo.

María José Ardanaz

20 de enero de 2020

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