MARIA JOSE ARDANAZ
ESTUDIO DE ARTE





MARIA JOSE ARDANAZ ESTUDIO DE ARTE
Cosas de familia (Fantasía sobre un fragmento de "En la noche no hay caminos" de Juan José Mira)
Elena le había dicho por teléfono:
-Perdona que te moleste, pero es que Pablito está enfermo y supuse que tal vez te interesaba saberlo.-
-¿Qué le pasa?-
-Ayer tarde, cuando regresó del colegio, me pareció que se encontraba algo caluroso, le puse el termómetro y, efectivamente, tenía fiebre. Ha pasado la noche bastante intranquilo y esta mañana le había subido la calentura a cerca de treinta y nueve. Hará una hora que vino el médico. Dice que es un principio de gripe.-
-¡Ya!-
Hubo una corta pausa y Elena le preguntó:
-¿Deseas que le diga algo de tu parte?-
La pregunta provocó en Andrés una risa ahogada.
-¿Dónde estás?-
-En la calle. Salí para comprar unas cosas y lo que el médico ha recetado. Si quieres puedo ir a buscarte en un taxi y así vienes a ver a Pablito. Le darás una gran alegría. Siempre nos está dando la lata contigo. ¿me esperarás?-
Andrés veía al otro extremo de la línea el rostro ansioso de la mujer que acababa de hacerle aquella pregunta en tono de súplica.
-¡Está bien! –dijo tras corta pausa- Te aguardo.
Y, ahora, Andrés Lozano se sentaba solitario ante una de las mesas de la terraza del Luxor, el elegante bar en la plaza de Calvo Sotelo, en espera de la llegada de su hermana Elena. Había encendido un cigarrillo y fumaba pensativamente. Aún no hacía dos minutos que había salido de su casa para acudir a la cita que, tras semanas de dolorosa indecisión, había concertado con Adela en el Círculo de Bellas Artes y, de repente, veía que sus planes se truncaban. La atracción que sentía por Adela era lo bastante fuerte como para relegar a su sobrino al abandono, pero sabía que no podía defraudar a su hermana. Nunca había podido.
Impaciente miró el reloj -Es posible que Adela ya esté en el Círculo- pensó al mismo tiempo que se dirigía al bar con animo de llamar por teléfono. Sus afilados dedos compusieron el número y esperó impaciente la consabida cantinela “Circulo de Bellas Artes, buenos días” que el conserje, con su atiplada voz de tenorino bufo, derramaba a través del hilo telefónico.
-Buenos días Matias, soy Andrés Lozano ¿Puede decirme si ha llegado la señorita Durán? Adela Durán.- A pesar de sus treinta y ocho años, sólo con mencionar el nombre de la deseada, su corazón se encabritó como el de un adolescente y algo muy parecido a un aleteo de mariposas se instaló en la boca de su estómago y la rememoró bella como una diosa. Su diosa. Y ahora él se veía obligado a cancelar la tan ansiada cita.
Mientras esperaba la respuesta contempló a través de los cristales la llegada del taxi y a su hermana que, después de instruir al conductor, se bajó del coche y con airosa celeridad se dirigía a la cafetería. Era morena, menuda y, a pesar de ser dos años mayor que él, seguía conservando ese aspecto de niña asustada que siempre le enternecía.
La voz de Matías le sacó de su ensimismamiento: -Señor Lozano, lamento comunicarle que la señorita Durán no ha llegado, ¿quiere dejar algún recado?-
-Si, por favor, dígale que no podré acudir a la cita y que le llamaré en cuanto me sea posible. Gracias Matías.- y colgó el teléfono huyendo del recital de despedida con el que el conserje finalizaba todas las conversaciones.
-¡Elena!- Levantó el brazo para atraer la atención de su hermana. –Hola Elena, cuánto has tardado- dijo a la par que se fundían en un apretado abrazo.
-Lo siento, es que a veces todo se complica, primero me ha costado un triunfo dar con la enfermera que tiene que venir a inyectar a Pablito el antibiótico, he telefoneado a su consulta y ya había salido, después he tenido que llamar al número de urgencias y tras varios minutos de espera y otros tantos de explicaciones me han facilitado su teléfono móvil- Elena empujó a su hermano dentro del taxi- A la calle Mayor, número seis- ordenó al taxista. -Al fin he conseguido hablar con ella y no veas lo que me ha costado convencerle para que venga ahora en lugar de a las diez de la noche que era cuando le correspondía. Pero claro, estando Pablito como está yo no puedo esperar hasta la noche. Y luego he tardado un siglo en encontrar un taxi libre, y por último, el tráfico, ¡que barbaridad! El centro está totalmente colapsado…
-Vale, vale –le interrumpió Andrés-. Dime ¿que tal está mi sobrino?- Siempre le sucedía lo mismo, el primer sentimiento de ternura daba paso a otro muy diferente que envenenaba su corazón en cuanto Elena abría la boca. La incontinencia verbal de la mujer le desagradaba de tal manera que tenía que hacer verdaderos esfuerzos para no taparle la boca de un manotazo, algo que de niño ya había intentado en un par de ocasiones y que le había reportado sendas reprimendas acompañadas de sus correspondientes castigos.
-Fatal, está fatal. Menudo susto nos ha dado. Pobrecito, esta mañana estaba ardiendo, amodorrado, no ha sido capaz de tragar ni un buchito de agua, hasta he tenido miedo de que perdiera el sentido…- Su voz se entremezclaba con hipos mal reprimidos y casi a punto de las lagrimas continuó –se ha negado a comer, menos mal que al fin he podido hacerle tragar un plato de natillas con merengue que tanto le gustan al pobrecillo…
El taxi aminoró la marcha hasta parar delante del portal número seis, Elena se precipitó fuera del vehículo dejando a su hermano la tarea de abonar el importe de la carrera – Vamos Andrés, vamos, igual ya ha llegado la enfermera.-
-¡Tito Andrés! ¡Tito Andrés! Ven a mi cuarto que estoy malito –aulló una voz con síntomas de cualquier cosa menos de debilidad.
El cuadro no podía ser más caótico, Pablito de rodillas sobre la cama, calzado con unos enormes guantes de boxeo propinaba inagotables puñetazos a un puching-booll que la niñera peruana, cara de luna llena, sostenía con las dos manos mientras que por encima de la cama se desparramaban una pila de juguetes que, entra asalto y asalto, la buena mujer trataba de ordenar.
Andrés no daba crédito a sus ojos
-Pero Pablito ¿tú no estabas enfermo?-, se acercó al niño y le besó en la mejilla al mismo tiempo que el sobrino le correspondía con un gancho de derecha debajo de la barbilla.
-Si tito, estoy muy malito. ¿Me has traído caramelos?- ante la negativa de Andrés el niño gritó mimoso –Mamá, mamá, tito Andrés no me ha traído caramelos. Yo quiero caramelos- Elena regaló a Andrés una de sus acusadoras y condescendientes miradas y llenando de besos la cara de su retoño le prometía –No te preocupes Pablito, yo te traeré caramelos.
Andrés, malhumorado, se dirigió al salón con el pensamiento puesto en Adela esperando su llegada, e imaginó su cara de decepción al recibir el recado de boca de Matías. Descolgó el teléfono y marcó el número del Círculo de Bellas Artes al par que sonaba el timbre de la puerta.
Aún rumiando las palabras del Conserje –No Señor Lozano, la Señorita Durán no ha venido- colgó el auricular y salio del salón. La fuerte discusión que venía del cuarto de Pablito le obligó a detenerse en seco en la mitad del pasillo.
-No señora, usted no tiene derecho a hacer lo que ha hecho- La voz distorsionada por la indignación no le era del todo desconocida.-Este niño no está tan enfermo como para llamarme con esa urgencia. Tenía que haber esperado hasta las diez.-
-¡Cómo que no! Mi Pablito está muy malito, claro, como usted no le ha visto esta mañana… Además no quiero discutir, ya que ha venido póngale la inyección y acabemos de una vez.-
-No señora, yo no le pongo la inyección. Volveré a la hora estipulada. Usted tenía que tener más respeto por los demás y no disponer a su antojo de mi tiempo libre.- dijo la enfermera empuñando con fuerza su maletín.
-Si se va de esta casa aténgase a las consecuencias. Voy a dar parte de su actitud a la mutua. Usted se ha creído que puede hacer impunemente lo que le de la gana, pero no sabe con quien se ha topado. Déme su identificación inmediatamente-
-Claro que se la doy, yo soy la enfermera Durán, Adela Durán y…-
Andrés de dos zancadas se presentó en la habitación con la ira pintada en sus ojos, se acerco a su hermana y con fuerza contenida le propino un manotazo en plena boca al tiempo que susurraba en su oído – Anda, corre y vete a contárselo a papá- y tomando por el brazo a la sorprendida Adela, salió de la casa dando un triunfal portazo.
María José Ardanaz
Las Arenas, 12 de Diciembre de 2004