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MARIA JOSE ARDANAZ ESTUDIO DE ARTE

El otro lado del cuadro

            Siempre me había atraído ese  cuadro.  En cada visita que efectuaba a Madrid procuraba arañar el  tiempo suficiente para llegar hasta  el Museo de Arte Contemporáneo y contemplar durante unos minutos a la “Muchacha asomada a la ventana.”  Su abandono me relajaba y después de esas infernales sesiones de trabajo bien me merecía un breve descanso. 

 

            Ese día casi no llego a tiempo, el museo estaba a punto de cerrar sus puertas cuando las atravesé como una exhalación, a galope tendido subí  las escaleras y al llegar al cordón que protegía el cuadro frené en seco.

 

            Pero ya estaba allí.  Mientras trabajosamente recobraba la respiración mis ojos resbalaron con agrado por el lienzo. Como es habitual comencé mi andadura por el lado superior izquierdo, bajé en diagonal hasta la ventana, me deleité unos segundos en el intenso azul mediterráneo, tracé un círculo visual alrededor de la figura femenina, reconocí el paisaje en el reflejo del cristal y me escapé por el ángulo superior derecho.  Cerraba los ojos tratando de retener la imagen y cuando ya estaba dispuesta a entregarme a esa pura luz que había raptado mi espíritu sentí que algo no cuadraba, existía una diferencia…  Intrigada abrí los ojos y poco a poco me acerqué al cuadro, salté el cordón de seguridad y seguí avanzando con la vista fija en la franja de tierra que separa el cielo y el mar, esa roca… no se…juraría que… y desobedeciendo toda prohibición apoyé mi dedo índice sobre la pintura e inmediatamente fui succionada a través de una cegadora espiral que giraba y giraba y giraba…

 

            Es curioso pero no sentí ningún temor cuando al abrir los ojos  me encontré tendida en la cálida arena,  a ese lado del cuadro todo era quietud y calma.  Me incorporé y traté de localizar el detalle desconocido.  Efectivamente allí estaba pero no era una roca, era un inmenso túnel por el que apareció el Gran Elefante Cósmico con sus patas de insecto que con la gracilidad de un saltamontes se acercó velozmente.

 

            Al llegar a mi lado se tendió  en la arena y me miro

 

            -¿Temes?-

 

            -No-

 

            -¿Vienes?-

 

            -Voy-

 

            Subí a su lomo, me arropó con sus aterciopeladas orejas y emprendimos una veloz carrera a través del túnel hasta llegar a un inmenso desierto en el que se asentaba un formidable y cegador huevo blanco.  A su alrededor paseaba la  Ciudad de los Cajones quien al verme  sonrió complacida.

            -Te esperábamos desde hace tiempo, conocemos tus anhelos, tu interés por la pintura, tu infructuosa dedicación, deseábamos ayudarte  pero hasta hoy no has sido capaz de percibir la diferencia .Ya estás preparada, ha llegado  el día de tu iniciación.-

            -¿Temes?-

            -No.- 

            -¿Vienes?-

            -Voy.- 

            Penetramos en el huevo por una inexistente puerta.

             -Despójate de todo elemento: vestido, calzado, joyas y una vez desnuda ve abriendo cada uno de mis cajones y depositando dentro de él lo que su rótulo indique-

            Obedecí dócilmente y en la más pura desnudez empecé a leer los rótulos que clasificaban los cajones dos a dos: Soberbia y humildad,  vergüenza y descaro, miedo y atrevimiento, obediencia y rebeldía, tormento y placer, deseo y displicencia… y a medida que los llenaba iba desapareciendo de mi ser todo el exceso de virtud y vileza que me encadenan a la tierra  y comencé a elevarme poseedora de una ingravidez embriagadora.    Nunca sospeché que pudieran existir tantos cajones ni  que se pudiera llegar tan alto

            -Ahora, purificada y libre vas a ser conducida ante el Gran Ser Mas-turbador  que será quien lleve a cabo la ceremonia final- No pude sentir asombro, ni miedo, ni vergüenza, todo aquello había  quedado en los cajones.  Flotando en el centro del huevo esperé tendida y  sosegada.

            Y el espacio se colmó de una omnipresente invisibilidad y el ser  omnipotente  comenzó a turbar todos y cada uno de mis sentidos: la vista que  se abrió ante un nueva e infinita gama de colores más brillantes que los más brillantes, más apagados que los más apagados, más sutiles que los nunca conocidos; y el oído que destapado percibió los graves rumores  de los azules y los verdes, los agudos arpegios de escarlatas y carmines los relajantes sones de las tierras y los sienas, las palpitantes melodías de magentas y garanzas; y el gusto y el olfato que potenciados reconocieron la acidez del esmeralda, la acritud del amarillo, el dulzor del violeta; y el tacto que identificó el frescor del ultramar, la frialdad de los grises,  el calor de los naranjas.  Y de pronto  me sentí capaz: Soy libre y tengo el conocimiento, ¡ya puedo crear!

            Adormecida y aún flotando escuché a mi anfitriona.

           –Antes de marchar debemos pedirte que seas la nueva vigilante de nuestra ventana.  No te aflijas, solo será hasta que otro ser encadenado sea capaz de reconocer la diferencia y dar el salto a este lado del cuadro-

            Y aquí estoy apoyada en el alfeizar de la ventana, no sé cuanto tiempo llevo, solo sé que mis ojos se han tornado azules de tanto mirar el azul mediterráneo.

            Están a punto de cerrar el Museo y expectante oigo un taconeo que se desbocan en las escaleras, un frenazo brusco a mi espalda y una respiración jadeante que se va sosegando a medida que recorre mi espacio.  Ilusionada y temerosa me pregunto ¿Notará la diferencia?

 

 

María José Ardanaz

Las Arenas 27 de Abril del 2004

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