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MARIA JOSE ARDANAZ ESTUDIO DE ARTE

La última carta

          “Mi querido, queridísimo Julián.” Tal era el comienzo de las ardientes cartas que durante meses te escribí y que, ensambladas a tus no menos encendidas respuestas, fueron empedrando el camino que nos condujo hasta  el matrimonio.  A lo largo de estos veintisiete años han sido la fuente de esperanza en la que apagaba mi amargura en los momentos de frustración, de desengaño, de desilusión, y renovada por el recuerdo de un amor primigenio continué la andadura.

 

          Cuantos proyectos truncados, cuantas ilusiones olvidadas, cuantos “nosotros” desmembrados para convertirse en lacerantes “yo” enarbolados como espadas.  Se que los primeros proyectos se sostienen sobre ingenuas fantasías, se que los primeros sueños son solo eso, sueños. No me engaño.  Pero también sé que el “nosotros” es la llave de la continuidad y si esta se rompe nunca se podrá abrir la siguiente puerta.

 

          Ahora, serena ante la decisión ya tomada, no quiero desaparecer dejándote flotando en esa niebla de confusión que te rodea.  Intento que sepas, que entiendas y que asumas. Este será mi último regalo.

 

          Tu dices “yo te quiero”, repites “yo te quiero”, esgrimes “yo te quiero”, y lo que en un principio fue la mas sincera declaración de amor poco a poco lo has ido convirtiendo  en un escudo tras  el que te parapetas ante cualquier intento de diálogo, y desde allí, bien protegido, me bombardeas con  la eterna cantinela: “No lo entiendo, no se lo que esperas, otra en tu lugar sabría apreciar lo que tiene,   yo soy un hombre honrado , yo trabajo como un negro para sacar adelante a mi familia, me desvivo porque a tus hijos y a ti no os falte de nada,  incluso he procurado satisfacer casi todos tus caprichos,  por no tener no tengo ni aficiones, tal vez algunas copas con la cuadrilla y para de contar, yo sólo quiero  un poco de tranquilidad cuando llego  a casa.  Yo no te pido nada fuera de lo normal, yo, yo, yo….” y haciendo ondear el banderín de la condescendencia continuas: “Ya se que no es como al principio pero eso es normal, eso les ocurre a todas las parejas, el trabajo, los hijos, los problemas… ¿no será que te aburres?

 

          Pues sí, me aburro, me aburro de ti, me aburro del honrado trabajador que su único objetivo en esta vida es trabajar y trabajar para cubrir sus ansias de éxito, sus deseos de reconocimiento y notoriedad. Me aburro del egoísta  que no es capaz de sacrificar parte de su ego en aras de unos ideales de pareja.  Me aburro de todos los “caprichos” que según tú me has ido regalando. Sí, tal vez has adornado mis orejas y mis dedos, tal vez me has cubierto con pieles ostentosas para lucirme en tus “cenas de negocios”, pero ¿y las necesidades?, todo aquello que vive de la piel hacia adentro lo has ignorado; mis deseos de comunicación, mis necesidades de crecimiento compartido, mis ansias de un proyecto en común hacia el cual, unidos de la mano, nos encaminaríamos. Pero no, solo has sabido incorporarme como un adorno a tu propio proyecto personal.

 

          Te sientes satisfecho al pensar que a nuestros hijos nunca les ha faltado de nada, y tienes razón, siempre les has dado todo lo que tu necesitas: una elegante casa en el barrio más distinguido, un coche impresionante, los más caros colegios y el más selecto círculo de amistades que pudieran soñar, pero  ¿qué has hecho con tu tiempo? apenas les has permitido disfrutar de las migajas que tu ambición desprecia. Nunca has tenido tiempo para el diálogo, ni para la ternura, ni para la complicidad, ni para la risa y el  llanto compartidos. Eso es cosa de la madre, decías, y así poco a poco se han ido convirtiendo en lo que tu, con tanta sorna, llamas “mis hijos”. Ahora aturdido por la sorpresa proclamas que somos tu familia, tu única familia y es cierto, eres el dueño de esta familia pero tu nunca has sido parte de ella, los hijos, ya mayores, así lo han percibido.

 

          Y ahora dices que quieres que me quede, que no sabes vivir solo, que no quieres vivir solo y que estás dispuesto incluso a perder parte de tus derechos con tal de recuperarme.  Es curioso que te asuste lo único que has sabido hacer durante toda nuestra vida en común, vivir solo.  Y tus derechos ¿Cuáles son tus derechos? ¿Con qué legitimidad los has adquirido y a costa de qué? Da igual, son tuyos, así que sigue disfrutándolos o padeciéndolos.   

 

          No pretendo que me entiendas, hace tiempo que desistí, no deseo que sufras, yo ya no sufro, no se si esta carta puede hacer que te sientas culpable o no, me da igual, sólo sé que no quiero seguir contigo y que yo no te quiero.

 

          Y ahora ¿lo entiendes?

 

 

                                                                       Cristina

 

 

María José Ardanaz

Las Arenas, 10 de enero de 2005

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