MARIA JOSE ARDANAZ
ESTUDIO DE ARTE





MARIA JOSE ARDANAZ ESTUDIO DE ARTE
Mariquilla
Sólo bajo de mi nube para
hablar con mis perros.
Eduardo Punset
¡Mariquilla, Mariquiiiilla! –Gritó la madre asustada, girando su cabeza en todas las direcciones mientras que con la mano, a modo de visera, se protegía del cegador sol de agosto.
-¿Dónde estará esta chiquilla?- interrogó al viejo perro que, resignado a la esclavitud, dormitaba con la cabeza apoyada sobre las patas delanteras. - ¡Dios santo, me va a matar a disgustos!-
Mientras tanto Mariquilla, ajena a tanta preocupación y provista de un buen puñado de moras, se recostaba en el tronco blanquecino de un encumbrado chopo. Sus ojos planos, de luna, se clavaban en la mitad del arroyo y contemplaba hipnotizada las gordas nubes que nadaban como merengues hundidos.
-¡Mariquiiiilla… Mariquiiiilla…!- La lejana voz le sacó de su ensimismamiento y emprendió un desmadejado galope ladera arriba.
-Por fin hija, ¿Qué estabas haciendo? Vas a llegar tarde a casa de la señorita Elisa.- Le regañó mientras con un dedo ensalivado trataba de borrar la delatora mancha púrpura que adornaba barbilla de la niña.
-Mamá, hoy he visto cómo los peces nadaban por las nubes ¡que divertido! Cuando vuelva de clase voy a llenar de nube la lata del zapaburu-
-Ay hija, que cosas más raras dices, anda vete corriendo-
La señorita Elisa era la maestra y, aunque en agosto la escuela estaba cerrada, era tan buena que siempre estaba dispuesta a ayudar a los niños que lo necesitaban y por eso los lunes y los jueves reunía en su casa a Mariquilla, a Merceditas y al truhán de Timoteo.
-A ver niños, voy a escribir unos problemas en la pizarra, los copiáis y cuando los halláis resuelto saldremos un ratito a jugar- dijo la maestra dándose la vuelta y comenzando a escribir.
Merceditas, aplicada, empezó a copiar con esmero, Timoteo, no pudo evitar remedar el contoneo del monumental trasero de la señorita Elisa que obediente seguía el ritmo que la mano le marcaba. Mientras tanto Mariquilla enroscaba lapiceros de colores entre sus rizos morenos a la par que su mirada se escapaba a través de la ventana y prendiéndose en las nubes inventaba patos y flores y ovejas, muchas ovejas.
-Mariquilla, pero ¿Qué haces?, Anda ponte trabajar que parece que estas en Babia.
-No señorita, estaba en las nubes- su cara inocente resplandecía debajo de los coloridos moñetes.
-Encima con pitorreo- bramó la maestra –después de clase te quedarás castigada y vas a copiar cien veces “No debo ser descarada”.
Ya de vuelta a casa se topó con Timoteo y volvió a repetirse la escena que tanto le asustaba: el muchacho, provisto de una vieja pandereta le persiguió hasta la curva del río cantando y bailando a su alrededor –Mariquilla, Mariquilla, cara torta, bisojilla- propinándole, de vez en cuando, un panderetazo en la cabeza. La niña corrió y corrió y sin resuello llegó hasta la caseta de su fiel Dick y le abrazó llorando. El perro agradecido lamió el rostro de la chiquilla dando saltos a su alrededor hasta quedarse enroscado en la cadena, entonces, asustada, desabrochó el collar y le abrazó de nuevo diciéndole -Pobre Dick, a ver si te va a pasar lo mismo que a mí” -
Y de nuevo la reprimenda –Pero hija, ¿Qué horas son estas de llegar? Y menudas pintas traes- su madre le zarandea mientras le va arrancando los lapiceros de colores enredados en su pelo -¿Cuántas veces te he dicho que no sueltes al perro? Luego se escapa y soy yo la que le tiene que ir a buscar-
Estaba anocheciendo, confundida y cabizbaja tomó el camino del río mientras pensaba entristecida -¿Por qué se enfadan conmigo?, las nubes son tan bonitas y peinarse es divertido y ese collar hace daño…¿ que es lo que a todos enfada?- gruesas lágrimas se precipitaban por sus mejillas.
Al llegar al último recodo se quedó petrificada, no podía dar crédito a sus ojos, las nubes, después de haber pasado el día bañándose en el río, comenzaban a elevarse en pequeños jirones de niebla que gradualmente iban envolviendo el río y las zarzas y los juncos. Maravillada gritó - ¡Eh¡ soy Mariquilla, por favor llevadme con vosotras- Y como si de un milagro se tratara, un jirón espeso y mullido envolviendo a la niña en un enternecido abrazo ascendió hasta el cielo.
Y así pasaron los días, entre nubes escondida jugaba al cucu con el sol, que perdedor le regalaba rallos de oro para enroscarse en el pelo. Por la noche las estrellas caían sobre su nube a modo de titilante dosel mientras la luna con voz de plata le cantaba las más hermosas nanas.
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-¡Mariquilla… Mariquiiilla¡-
Docenas de hombres, provistos de palos y linternas recorrían los bosques cercanos al pueblo. Desde lo alto la niña contemplaba la escena sin comprender –Pero bueno, a que viene buscarme en el bosque si saben que yo estoy siempre en las nubes- Un poco más allá, a la puerta de su casa la madre retorcía nerviosa la punta del delantal oteando el horizonte, mientras que el Dick, encadenado a su destino ladraba al cielo en busca de una respuesta.
Poco a poco los hombres fueron apagando sus linternas, la madre se sacudió la esperanza, sólo el perro, incansable y confiado, siguió ladrando noche tras noche tirando de su cadena.
Fue al décimo día cuando Mariquilla dejó de oír la llamada del perro, y de súbito la voz de la señorita Elisa emergió de su memoria
–“Pobre niña, y esto ¿es de nacimiento?
- La quejumbrosa voz de su madre respondió bajito –Si, se presentó con dos vueltas de cordón umbilical que rodeaban su cuello y le asfixiaban”-
-Bueno, veremos que se puede hacer con ella”-
Desenfrenada, saltó de nube en nube y le pidió a la niebla que le llevara hasta su casa y se abrazó al perro que trataba vanamente de desenroscar la cadena que le asfixiaba, le soltó el collar y rogó al viento que soplara fuerte por la boca de su amigo hasta que poco a poco perro y niña reobraron el aliento y, abrazados, trotaron nieblas arriba.
María José Ardanaz
Las Arenas, 28 de Noviembre de 2004