MARIA JOSE ARDANAZ
ESTUDIO DE ARTE





MARIA JOSE ARDANAZ ESTUDIO DE ARTE
Soledad
Srta. Soledad Vidal
Paseo de la Acacias, 6
FRONTERA - ESPAÑA
El sobre, descolorido por el tiempo, tembló en su mano. Aquella letra pertenecía al hombre que años atrás se había incrustado en su ser, como el diamante se incrusta en la roca, y nada ni nadie había logrado extaerlo. Su único amor, su única esperanza de libertad. Su mundo.
Se vio a sí misma con veinticinco años, esbelta y pelirroja, repleta de ilusiones, paseando del brazo de Alfredo Bacceli, enamorados, haciendo planes de futuro y prometiéndose una nueva y excitante vida en Milán. Un viaje de negocios hizo de cupido y a través de correspondencia y exporádicas visitas fueron consolidando una relación profunda y definitiva que les llevó a plantearse la boda.
Soledad vivía en una pequeña capital de provincia y no había tenido la oportunidad de viajar, de modo que la sóla idea de fijar su hogar en una gran ciudad italiana duplicaba su alegría.
Pero el destino destruyó estos planes a fuerza de enfemedades reales o imaginarias, amenazas disfrazadas de súplicas y otros subterfugios de su egoista y manipuladora madre que le cosío a su voluntad con puntadas indestructibles.
Se pospuso la boda, Alfredo regresó a Milán y la distancia hizo el resto. Y ahora, cuarenta años más tarde, volvía a encontrarse con su pasado al descubrir aquel sobre escondido en el joyero de su madre fallecida unos días antes.
Un brillo de lágrima recorrió su mejilla y fue a parar en aquel rictus amargo, disfrazado de sonrisa, que la sumisión había dibujado en su rostro.
Desde su marcha no tuvo más noticias de él. Ni una carta, ni una llamada… Y a medida que aparecieron las canas fue desapareciendo la esperanza y con cada arruga de su rostro se ahondaba la herida producida por el abandono. Y así, poco a poco, se fue desvaneciendo la ilusión y con ella las ganas de vivir. Se encerró en su casa y se dedicó en cuerpo y alma al cuidado de aquella mujer perversa que le había robado la vida y que hoy, desde la tumba, le demostraba una vez más su vileza al oculatarle la carta de su amado.
Miró de nuevo el sobre, lo apretó contra su corazón y sintió renacer la autoestima. ¡Él le había escrito! La excitación tiñó sus mejillas y afloraron sensaciones ya olvidadas. De manera consciente retrasó la lectura de la carta y se dedicó a rememorar el rostro, la figura, el tono de voz y cada uno de los detalles que le hacían único y digno de ser amado.
Con ojo crítico se miró al espejo y rechazó la imagen que le devolvia: enjuta, ojos hundidos, profundas arrugas surcan su cara, el pelo recogido en un moño sin gracia tan gris como su camisa y su falda –Si Alfredo me viera no me reconocería- pensó y con un gesto de renacida coquetería se ahuecó el cabello y se mordió los labios.
Intrigada buscó la fecha y calculó que se la había enviado seis meses después de su marcha definitiva a Milán. Tuvo miedo de que en esa carta le dijera que su relación quedaba rota porque sabía que esta decisión, a pesar de los años, le iba a doler en lo más profundo y tuvo miedo de que le dijera que le seguía amando porque sabía que no hubiera sido capaz de dejar a su madre.
Dio la vuelta al sobre y se recreó leyendo la dirección de de Alfredo en Milán y pensó que aquella podía haber sido su ciudad, su calle, su hogar…
Se disponía a abrirlo cuando notó que en el lateral, casi imperceptible a la vista y al tacto, había un corte muy fino, como trazado con un bisturí. Lo rasgó con rabia a la vez que la sospecha se abría paso en su entendimiento. Esta era la última jugada de su madre. Al igual que sus anhelos, la vida que se le negó y el hogar que nunca construyó, el sobre estaba vacío.
María José Ardanaz
Orduña, 5 de octubre de 2015