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MARIA JOSE ARDANAZ ESTUDIO DE ARTE

Una cuestión de cálculo

           Elvira no se lo podía creer, repasó nuevamente los números de su boleto y una vez más comprobó que todos y cada uno de ellos coincidían  con los ganadores de una suculenta suma de euros.  Tras multiplicar mentalmente exclamó -¡Dios santo, más de ochenta millones de pesetas! -.Su corazón bombeaba con tanta fuerza que se llevo las dos manos al pecho para evitar que saltara desbocado-. Estaría bueno que ahora me diera un infarto.-

 

            Se preparó una tila y con el boleto apretado en una mano y la taza, tintineando sobre el platillo, en la otra  se dirigió a la salita y se sentó en el sofá.  Uno de sus primeros impulsos fue abalanzarse sobre el teléfono y llamar a su marido para darle la extraordinaria noticia pero se detuvo –Ten calma Elvira, no te precipites, ya tendrás tiempo de contárselo. Ahora relájate -se dijo a si misma.  Se retrepó en el sofá y lentamente fue sorbiendo la tisana mientras su mirada  recorría cada rincón de la estancia.

 

            -¡Hay que ver lo viejas que están esas cortinas! –pensó- no estaría de más renovarlas. Ha llegado el momento de hacerlo  y de paso habrá que cambiar los cortinones,  si no van a desmerecer una barbaridad.  Siempre he querido tener unos cortinones de cretona floreada. ¡Ahora podré darme el gustazo!– sonrió satisfecha –Claro que no van a pegar nada con estas butacas -.  y recordó un sofá color cereza con Chaise-longe incorporada, cuyos respaldos se podían abatir a gusto de cada uno, que le había mantenido pegada al escaparate de “Divanno” durante varios minutos.

 

            -Mira que soy tonta -murmuró–, tengo más de ochenta millones en las manos y aquí estoy, pensando pavadas -.Miró nuevamente el boleto y soltó una carcajada-.Las ricachonas no se preocupan de estas cosas, llaman a un decorador y que trabaje por ellas.

 

            Un ruido le sobresaltó, instintivamente metió el boleto en el sujetador, justo al lado del corazón. Cautelosa se acercó a la puerta de la calle y atisbó por la mirilla pero no, allí no había nadie –Juraría que… pero no, aún es pronto. Habrán sido figuraciones mías.

 

            -Debería llamar a Jacinto- se dijo, mientras que, con ademán protector, apretaba las manos contra su pecho. Entonces recordó lo que tantas veces su esposo había soñado: “Cómo alguna vez tengamos cuatro perras dejo de trabajar, nos hacemos una casita en el pueblo y a vivir que son dos días”. Ella nunca había tenido la más mínima intención de volver al pueblo, sin embargo, como esas cuatro perras no llegarían nunca, para que discutir. Pero ahora era diferente, la capital estaba llena de posibilidades y si Jacinto quería otra casa bien podían salir del barrio y comprar un piso en el centro –Si a los ochenta millones les sumo los veintitantos que pueden darnos por este piso… ¡Joder, más de cien millones!- La cifra le produjo un ligero vahído que superó  a fuerza de respirar hondo. Su mente, disparada, siguió calculando siempre en pesetas, porque a Elvira aquello del euro no le parecía dinero –Claro que los pisos en el centro están por las nubes y por menos de sesenta y cinco o setenta millones no creo que encontremos nada aceptable, más los muebles y…- Un poco decepcionada se dio cuenta de que  tras la mudanza el capital quedaría reducido a unos treinta millones y si a estos les restaba aquel conjunto de perlas que tanto harían resaltar el abrigo de visón que tenía metido entre ceja y ceja,  algún caprichillo para Jacinto , por qué no, un  coche acorde con su nueva situación económica, el saldo quedaría reducido a unos veinte millones de pesetas.

 

            Ahora si, la llave en la cerradura reprodujo aquel sonido tan cotidiano desencadenante de las últimas tareas del día: preparar la cena, fregar los cacharros, cepillar el traje y lustrar los zapatos del hombre para que estuvieran dispuestos a la mañana siguiente.  Con un nuevo brillo en los ojos besó a su marido mientras pensaba que con veinte millones bien se podría pagar una interina.

 

            Picarona, metió los dedos por la abertura de su blusa  sacó el boleto y lo blandió triunfante ante los ojos de su marido.

 

            -Jacinto, nos ha tocado, somos ricos… Ya he hecho un montón de planes, ahora te cuento… -.Jacinto cogió el boleto y desconfiado fue en busca del periódico.  Efectivamente, era cierto, allí estaban todos los números y junto a ellos la sustanciosa cantidad de cincuenta mil euros.  Miró jubiloso a su mujer y le dijo –Ocho millones de pesetas, ¡que maravilla! No nos sacarán de pobres pero podremos tapar algunos agujerillos -Desconcertado miró a su mujer–. Pero Elvira, no llores mujer que no es para tanto ¡Ay señor! que tontuela eres…

 

 

María José Ardanaz

Las Arenas, 20 de enero de 2005

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